ENERO 4, 2025
En la mañana, desayunamos con unas tortillitas de verde y de yuca que yo había preparado acá en Guayaquil, ya saben, hay que administrar sabiamente el dinero, luego de eso, José que había llevado su patineta, nos dijo que quería practicar un poco, hace tiempo que no lo hacía y menos delante de nosotros, así que nos deleitó con su destreza.
Yara mi hijita, la intermedia, Agustina mi nieta de cinco años y Pedrito, mi yerno, no están con nosotros, andan lejos por las tierras de las piràmides, allá por los Egiptos, viven en Al Maadi, a un costado del Nilo en El Cairo, Egipto, allá lejos, lejos, lejos. Ahora Agustina habla de las momias que están envueltas en unas venditas me cuenta, que no se les puede ver la cara, pero que son huesitos, inocencia pura.
Ayer, la vida nos regaló un día lleno de esas pequeñas maravillas que no cuestan pero que lo valen todo. Caminábamos juntos por la playa: Aurelia, mi esposa, mis hijos Saskya, José Carlos y yo.
La arena húmeda abrazaba nuestros pies, mientras el mar, eterno y paciente, borraba las huellas, como si nos invitara a vivir el momento y dejar atrás lo innecesario. Sobre nosotros, el sol caía lento, un espectáculo diario que nunca pierde su magia, tiñendo el cielo con colores imposibles. Nos envuelve con su calidez última antes de hundirse en el horizonte, prometiéndonos regresar renovado, sin quejas ni reproches, como un ejemplo perfecto de resiliencia. Ahí estábamos los 4 gozando de ese show fantástico y gratuito, extasiándonos en la perfección de la creación, en ese anaranjado irrepetible porque cada día muere diferente, agradecidos de unos ojos que aún pueden ver y gozar de esa vista. Habiamos ido a esa playa a gozar del espectáculo de cuando el mar, engulle sin piedad, en su vastedad, a esa bola de fuego incandescente y se la traga, para que al siguiente día, la mañana la devuelva y comience el sol a mirarnos nuevamente, desde lo alto, triiunfante, renacido y glorioso, para volver a morir cada tarde, para volver a nacer cada mañana, en un ciclo interminable que se llama vida.
Aurelia, siempre presente, era el centro silencioso pero firme de nuestra unión. Su mirada cálida y su risa ligera nos recordaban que, a pesar de los desafíos, lo esencial estaba ahí: el amor, la familia, la fuerza compartida. Caminábamos hablando de nuestras cosas, esas conversaciones que solo se dan en el refugio de la confianza, tocando temas profundos y otros más ligeros, pero siempre con la certeza de que todo es más llevadero cuando estamos juntos.
Y entonces, entre el susurro del mar y el canto de las aves, llegó esa voz infantil que nos detuvo:
—¡Mangoooos, mangoooos, mangooooooooos!
Al regresar a casa, la noche nos envolvió en su calma. Seguimos conversando, como familia, de esas cosas que no se cuentan porque son nuestras, únicas. Saskya, con su amor infinito, con esa ternura con que llamaba "bebé" a José Carlos, y él respondía con una sonrisa que desbordaba cariño. Aurelia, mientras tanto, nos miraba a todos con esa mezcla de orgullo y ternura que solo ella sabe expresar, porque educó bien a sus hijos y porque desborda amor y ternura.
Noa, nuestra perrita, completaba el cuadro. Nos recibió como loca, saltando, corriendo, tropezando con los muebles en su efusividad. Cada movimiento suyo era una celebración de nuestra presencia, como si en su pequeño corazón supiera que la familia reunida es un milagro que merece festejarse.
No preciso el orden en que sucedieron los hechos, pero esa noche estuvimos en Pigro, un restaurante italiano, especializado claro está en comida italiana y unos deliciosos postres, es que con ese nombre no podía vender chaulafanes de Quevedo, ah, verdad. Yo pedí como siempre, un expreso doble, Jose una botella de agua, Saskya un café frío y Aure, Aure...., la verdad creo que no pidió nada para beber, eso sí, José Carlos ordenó un apple crumble pie y un tiramisú, que para que les cuento, yo que soy exigente para calificar, esuvieron 10/10, excelente así que se los recomiendo. Olón me sorprende cada vez con una mayor oferta gastronómica de primera clase, bien por nuestros pueblos.
ENERO 5, 2025
Hoy es domingo. Mientras escribo estas líneas, el sol ya se asoma, renovado como nosotros. Desayunaremos juntos, tortillitas de verde con queso, que Aurelia y yo preparamos con amor en Guayaquil y trajimos congeladas, acompañadas de huevito frito y café pasado. Luego, emprenderemos el regreso a casa, agradecidos con Dios por estos días que nos han llenado el alma. El regreso lo emprendimos a las 09h00, no queríamos toparnos con sorpresa de caravana o algo por el estilo, el viaje estuvo todo bien, dos horas y media desde Olón hasta la casita en Guayaquil, llegamos como a las 11h30. De almuerzo algo ligero y rápido, un arrocito con un enrollado de atún con mayonesa y ya está, a descansar un poco, luego vino la hora de la cena, pan con filete de pavo sobrante de la nochebuena, con salsita de cebolla y juguito, ricura, para qué mas? Mas noche, para rematar, a jugar bolas que es como una variante criolla del juego del telefunken, apostando de a nada, de a por gusto y así concluye un glorioso feriado, donde solo queda agradecer.
Me quedo con esto: la vida es un regalo constante. No lo desperdicien deseando lo que no tienen. Miren a su alrededor, escuchen las voces del mundo, desde el canto de un niño vendiendo mangos hasta el ladrido de un perro feliz, jugar con los hijos, ver juntos un atardecer. Agradezcamos. En lo simple está lo inmenso, en el amor está la fuerza.
Chaito.
FIN
Tema bonito, léelo despacio, disfrútalo, mira que para pasarlo bien solo faltan las ganas.
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