LA FE DE ANA
Ana se arrodillaba cada noche frente a su pequeña cruz de madera. Era un ritual constante, una súplica cargada de lágrimas. Su madre, quien había sido su pilar, su amiga y su guía, enfrentaba un cáncer que avanzaba con la fuerza implacable de una tormenta. Pero Ana no perdía la fe.
DIOS SANA
“Dios tiene el poder de sanar,” repetía con convicción en cada reunión de oración. Su grupo, un círculo de mujeres devotas, se unía a su fe inquebrantable y levantaba las manos al cielo. Habían decretado, con autoridad espiritual, que el cáncer sería eliminado. “Donde hay fe, hay milagros,” decían entre cánticos y lágrimas, seguras de que la sanación estaba asegurada.
El día llegó. La madre de Ana cerró los ojos para siempre, dejando a Ana en un mar de preguntas.
En el funeral, mientras los asistentes ofrecían consuelo con palabras convencionales, Ana miró el rostro sereno de su madre. Su dolor era un nudo apretado en el pecho, pero no permitió que la desesperación la consumiera.
DIOS ASÍ LO QUISO?
“Dios así lo quiso,” susurró, más para sí misma que para los demás. “Sus caminos son misteriosos, y quizás sabía que esto era lo mejor. Ahora mi madre descansa en el cielo, libre del dolor.”
Pero esa noche, en la soledad de su habitación, una voz pareció emerger del rincón más profundo de su ser. Una voz que no era más que su propia conciencia enfrentándola:
EL PLAN DIVINO EXISTE?
“¿De verdad crees que esto era lo mejor? ¿O simplemente buscas consuelo en un plan divino que tal vez no existe?”
Ana dudó por un momento. Si Dios era omnisciente, si sabía todo, entonces también sabía que su decreto no cambiaría el resultado. ¿Había sido inútil su fe? ¿Había sido su madre víctima de un destino inalterable?
El amanecer trajo claridad. Ana recordó las palabras de su madre, dichas tiempo atrás:“Hija, la fe no siempre es obtener lo que pedimos. A veces es aceptar lo que viene, con amor y con paz.”
Desde ese día, Ana decidió vivir abrazando la paradoja de su fe. No tenía todas las respuestas, y quizás nunca las tendría. Pero aprendió que su oración no había sido en vano; había sido un acto de amor, un puente entre ella y su madre.
El determinismo de la vida y la omnisciencia de Dios eran misterios insondables, pero Ana encontró consuelo en una verdad simple: el amor trasciende cualquier lógica, cualquier destino, cualquier pregunta sin respuesta.
FIN
Tratar el tema de la fé es complicado, mucho creyente se siente atacado ante los cuestionamientos de un pensar diferente, pero recuerda que soy irreverente y que no intento cambiar tu manera de pensar, no te apresures en juzgarme.
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