La reciente inundación en Valencia, España, a finales de octubre de 2024, es un claro recordatorio de la fuerza implacable de la naturaleza y de lo frágiles que somos ante ella. Este desastre natural ha dejado un rastro de destrucción, cobrando vidas y dejando a muchas personas sin hogar, devastadas emocional y financieramente. Ante una tragedia de esta magnitud, no es raro ver que algunos sectores más tradicionales o supersticiosos recurran a la idea del castigo divino como explicación, asociando el desastre a un juicio por los "pecados" de la humanidad.
Sin embargo, este enfoque de interpretar los desastres naturales como un acto de "ira divina" parece hoy inadecuado y limitado. Sabemos que estos fenómenos responden a fenómenos meteorológicos extremos, muchos de los cuales se ven exacerbados por el cambio climático. Las lluvias torrenciales, el aumento del nivel del mar y otros factores ambientales se han agravado con el tiempo debido a la intervención humana en el planeta. Las inundaciones en Valencia son el resultado de una combinación de elementos climáticos y cambios en el medio ambiente, no de un juicio o castigo moral.
En cuanto a la figura de Dios, resulta difícil imaginar que un ser perfecto y amoroso castigara indiscriminadamente, sin distinguir entre justos e injustos. Si tal Dios perfecto existiera, no estaría gobernado por la necesidad de adoración o represalia, porque un ser perfecto sería indiferente al ego o al resentimiento. Además, los desastres naturales no discriminan; no castigan a unos y perdonan a otros. De hecho, en estas tragedias, muchas veces los más vulnerables son los que sufren las mayores consecuencias, como los ancianos, los niños y las personas con menos recursos. Atribuir el dolor de estos inocentes a una voluntad divina vengativa reduce más bien la verdadera esencia de Dios y menosprecia la capacidad de comprensión que ha desarrollado la humanidad.
La superstición surge a menudo en situaciones de incertidumbre y miedo, y tratar de encontrar una causa en los "pecados" de las personas es una forma de intentar darle sentido a lo incomprensible. Sin embargo, en lugar de recurrir a explicaciones basadas en el castigo, hoy podemos y debemos adoptar un enfoque más solidario y científico. El cambio climático, la urbanización excesiva y la falta de infraestructura adecuada en zonas vulnerables son causas concretas y prácticas que explican, en parte, por qué estos fenómenos son cada vez más devastadores. Esto no se soluciona con castigos ni culpabilizando a la moral de una sociedad; se afronta desde la responsabilidad ambiental, la preparación y la solidaridad.
En definitiva, el caso de Valencia nos recuerda que las respuestas simplistas ya no nos ayudan a avanzar. Necesitamos entender que la naturaleza sigue su curso y que, si queremos reducir el impacto de estos desastres, la acción está en nuestras manos. En lugar de caer en explicaciones de "ira divina", podemos optar por ver a Dios como una fuente de esperanza o como un impulso hacia la compasión y la acción humanitaria que inspira a las personas a ayudar a reconstruir y proteger a quienes han perdido ambas cosas en este desastre.
FIN
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