Era una tarde calurosa, como muchas otras últimamente, cuando José Carlos me invitó al cine. Me sorprendió con un simple "Papá, tengo un cupón de comida para el bar del cine. ¿Qué tal si vamos? Son como las seis, la luz regresa a las ocho, y ya sabemos que en casa no vamos a hacer nada." A veces, en medio de todo lo que está pasando con los cortes de luz y el calor, su sencillez me resulta un respiro.
En el celular buscaba las películas en cartelera y mientras lo hacía, me comentó con un tono de cierta desgana: "Últimamente no hay buenas películas... pero hay una biografía de Trump, y otra de Christopher Reeve y aunque no manifesté preferencia por alguna de ellas, le dije vamos y nos dirigimos al centro comercial.
El estacionamiento estaba más lleno de lo normal. La gente huía del calor de sus casas en busca de una distracción. Afortunadamente, encontramos un espacio en la parte de arriba, y mientras caminábamos hacia el cine, José observó: "Más gente se ve en la parte vieja del centro comercial, allá está el patio de comida." La nueva sección, donde está el cine, parecía más tranquila, pero había algo reconfortante en esa calma, como si el bullicio de la otra zona nos preparara para un pequeño refugio en la oscuridad de la sala de cine.
Llegamos y descubrimos que la película de Trump ya había comenzado, pero la función siguiente de Christopher Reeve estaba por empezar, así que decidimos entrar. No sabía lo que iba a encontrar. Al principio, pensé que solo era una distracción más, pero al poco tiempo me di cuenta de que había entrado en algo mucho más profundo. La historia de Christopher Reeve me conmovió de maneras que no imaginaba.
La película no solo hablaba de un actor que había interpretado al más grande de los héroes, Superman, sino de un hombre que, tras un accidente devastador, se enfrentó a la realidad de la discapacidad con una fuerza y determinación sorprendentes. Reeve, tras quedar tetrapléjico, no se rindió. En lugar de sucumbir a la tristeza y la desesperación, encontró una nueva forma de luchar: dedicó su vida a mejorar las condiciones de las personas discapacitadas, luchando por la investigación en neurociencias y el apoyo a aquellos que pasaban por lo mismo que él.
Recuerdo pensar en lo duro que debió ser para él. Imaginarse de ser Superman, el personaje más poderoso del planeta, a ser una persona completamente dependiente. Pero aún en esa fragilidad, Reeve mostró una generosidad impresionante, buscando siempre el bienestar de otros. Me conmovió profundamente. "No cualquiera se sobrepone a algo así", me dijo José mientras me observaba, sabiendo que estaba tocado por lo que estábamos viendo.
Pero lo que realmente me sorprendió fue descubrir una amistad tan entrañable entre Reeve y Robin Williams. De alguna forma, nunca imaginé que dos personas tan aparentemente opuestas pudieran tener un lazo tan fuerte. Williams, conocido por su humor y energía incansable, era uno de los grandes amigos de Reeve, y, según contaron en la película, fue su apoyo más grande durante los momentos más oscuros de su vida. Recordé la anécdota de cómo Williams, al enterarse del accidente de Reeve, apareció en su hospital disfrazado de médico, haciéndolo reír por primera vez después de tan grave lesión. "Así es Robin", pensé, "una fuente de luz en la oscuridad". Pero también pensé en lo que sucedió después, en cómo ese mismo hombre, tan lleno de vida en su rostro y en su voz, decidió quitarse la suya. No pude evitar la tristeza, recordando que no todo lo que brilla es oro, y que muchas veces, la lucha interna de las personas es invisible.
Un solo canguil con mantequilla y un te helado porque mi hijo sabe que no puedo tomar bebidas gasificadas, fueron suficientes, un banquete en las circunstancias porque lo disfrutamos al compartirlo y no tuvimos necesidad de mas, el momento? Perfecto. Mejor? Imposible!!!!
Al final de la película, no solo me sentí agradecido por haber compartido ese momento con José Carlos, sino también por la lección que me dejó la vida de Christopher Reeve. No se trataba solo de una historia de superhéroes; se trataba de la capacidad humana de encontrar fuerza en la vulnerabilidad, de ser generoso incluso cuando uno está herido, y de luchar por otros, aunque uno mismo esté atravesando un dolor insoportable.
Mientras salíamos del cine, José me miró con una sonrisa tranquila. "Fue una buena película, ¿no?", me dijo. Yo asentí, pero mis pensamientos estaban en otro lugar. "Sí, fue más que buena. Fue una lección de vida."
Y mientras caminábamos de regreso al auto, me di cuenta de que el momento compartido con él, ese tiempo sencillo, fue en sí mismo un recordatorio de que, incluso en los momentos más difíciles, siempre hay algo por lo que luchar. Que a veces la vida no nos pide ser superhéroes, sino simplemente ser humanos, generosos y solidarios con los demás.
Así, esa tarde de cine se convirtió en algo más que una salida; fue una reflexión profunda, tanto por la película que vimos como por el tiempo que compartí con José Carlos, el cual, aunque no lo dijimos en voz alta, sabíamos que esos pequeños momentos son los que realmente importan.
FIN
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Chaito, que te encuentres bien y ya sabes.....
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