EMILIO YONG O LI WEI?
(El abuelo que no conoci)
He decidido construir la historia de mi abuelo materno, un hombre de origen chino del que sé muy poco, con base en los fragmentos que mi madre me compartió. Aunque esta narrativa es una mezcla de hechos, suposiciones e imaginación, no la considero una mentira, sino un intento de dar forma a una vida que, aunque en gran parte desconocida, forma parte de mis raíces. Es una manera de honrar su memoria y de conectar con ese legado que, aunque incompleto, vive en mí.
SIXTO AYON NEIRA
(El abuelo que sí conocí)
(imagen construida en base a recuerdos)
Digamos que mi abuelo Sixto era mi abuelastro por diferenciarlo de alguna manera con mi abuelo biológico, Li Wei. Muy querido el abuelo Sixto, era un hombre de baja estatura y de contextura un poco gruesa, de tez mas bien trigueña por no decir morena. Usaba el hombre esas camisas blancas de talla americana que eran mas largas que el promedio ecuatoriano y que por aquellos tiempos la llamaban cotonas, me imagino porque la tela era de algodón y cotton en inglés ustedes ya saben lo que significa. Como eran tallas americanas como les he contado, al abuelo o le sobraban mangas o le faltaban brazos, lo cierto es que utilizaba esas ligas rojas que se vendían ambulatoriamente o en bazares y que servían para arremangarse las mangas lo cual es un pleonasmo, como todos ustedes, gente culta.
El abuelo regentaba una pensión, cuyo nombre no me acuerdo, me refiero al nombre de la pensión, no al nombre del abuelo, pero supongo que lo tenía, la pensión, el abuelo por supuesto que sí tenia nombre.
Esta pensión quedaba en la calle Sexta, conocida como la
calle del Convento porque frente a ella, había una puerta que daba ingreso a un
convento de monjas, así nomás, no sé a qué orden, desorden l o congregación pertenecían y
para serles sinceros, a esa edad, digamos 4 o 5 años, me daba igual, para lo
que me importaba en esos tiempos, porque a un niño, particularmente a mí, me valía
madre como dicen en México.
La casa era una de aquellas típicas de esa época, con sus
ventanas que tenían unas cortinas de madera que dejaban pasar la luz y el
viento, de un piso alto donde estaba la
residencia del abuelo.
En la pensión lo ayudaba al abuelo Sixto, un hombre mayor llamado Digno, pariente no se si de él o de mi abuela, quien atendía a los huéspedes que en algunos casos, como me enteré por curiosidad
propia de los niños, eran parejas que iban a tener un amor casual, pasajero,
comercial, transaccional, en resumen, una prostituta con su cliente.
La figura clásica del abuelo al llegar a la casa/pensión, era la de un hombre mayor sentado en una butaca, quien casi siempre estaba escuchando una pequeña radio, no sé si era una radio PHILIPS de esas que se publicitaban diciendo “Tarde o temprano, su radio será un Philips”. La cabeza siempre gacha, adormitado, asi siempre lo encontraba al abuelo.
Sixto Hallón era un hombre de pocas palabras, digamos mas callado que hosco, serio, siempre se alegraba cuando yo llegaba, yo le dirigía un saludo corto al abuelo y en seguida corría a la parte de arriba, a la casa.
La pensión que coma les he contado, tenía una puerta central que daba paso a las habitaciones, digamos que todo el counter o recibidor lo constituía el abuelo en su butaca, cuánto tiempo va a usar la habitación, día u horas? y pague por adelantado, no sea que después de haber hecho sus cochinadas, sus tareas o a lo que vino, se me vayan sin pagar, todo en efectivo porque por aquellos tiempos, digamos que 1964 o por ahí, no se utilizaban tarjetas de crédito aquí en Ecuador o por lo menos en Quevedo. No habían baños privados en la pensión, me imagino que les decía que no se aceptaban ni griteríos ni malos comportamientos, ni relajos que después se le quejaban las monjitas del convento del frente.
Para acceder al piso de arriba, digamos que a la residencia, había una escalera en el lado derecho de la casa la misma que era de construcción mixta, no, creo estar faltando a la verdad, era de madera, solo madera, lo único de cemento era una pared a medio construir que colindaba con el terreno vecino, que no estaba ocupado ni tenía construcción alguna, y en cuyo filo, la abuela Ana aprovechaba para adornarlo con una planta o con una lengua de suegra, diferente a la sábila o Aloe Vera, que no es de Chone ni pariente de mi esposa por si acaso. A falta de maceteros o para aprovechar eficientemente las cosas que ya no se utilizan, la abuela usaba esas bacinillas de hierro enlozado, esas que terminan despostillándose a un lado por los golpes y que dejan de ser útiles cuando la orina comienza a fugarse por huecos o goteras, dando paso a un espectáculo desagradable, cochino y mal oliente por decir lo poco.
Al llegar al piso de arriba uno se encontraba con un gran fogón, de unos 80 cm x 150 cm, siempre connuna o dos ollas al rescoldo y tiras de mamdarina, cabezas de ajo y carne ahumándose, cogiendo ese gustito del humito del carbón. También había un guardafrio, antecesor de la refrigeradora donde se guardaban alimentos como el queso y otros perecibles, protegiendolos tanto de roedores, insectos y un poco de una rápida descomposición.
Creo nunca haber entrado a las habitaciones de arriba, menos aún al dormitorio de los abuelos, lo que sí me acuerdo es que la sala comedor era huérfana de muebles, ausente de muebles, una que otra butaca pero eso sí, una linda hamaca en medio la cual me encantaba usar, mecerme con gran impulso subiendo a casi dos metros de altura, era el juego de esos tiempos, no había más que hacer, solo quedaba ingeniárselas y divertirse meciéndose hasta lo alto del techo, cuidando de no caerse en el intento porque luego del.dolor de la caída, seguro que vendría el dolor de un palazo o latigazo por ser demasiado juguetón o descuidado.
La casa estaba siempre visitada por algunos parientes por el lado de la abuela ya que no recuerdo haber conocido parientes por el lado del abuelo Sixto. Ahí conocí a mis primas por el lado de mi tía Eusebia, hermana de mi Abuela Ana, madre de mi madre. Tracalada de hijos de la tía Eusebia: las mayores Vilma, Marieta, Nancy, Mireya, contemporánea mia era Angela y las menores, Nieves quien luego pasó a mi casa después de la muerte de la abuela Ana y Cherry, la última de las mujeres. Los varones, el mayor Gilberto, contemporáneo de mi hermano Félix y los menores, contemooráneos míos eran Walter, Levy quien falleció adulto pero a temprana edad y Chano. La tía Eusebia parecía artista de cine con cuatro matrimonios a cuesta.Pero ahí también conocí a otras primas como Elsa, Meche, Dionisio, Marcos, Felipe y otros parientes cuyo nombre no recuerdo por lo que me disculpo de antemano. Me cuenta Nieves que junto con Angela, su hermana, jugaban al avión en la hamaca y se imaginaban que volaban.
El abuelo Sixto murió en febrero 14 de 1969 y la abuela Ana murió el 18 de marzo de 1972. en casa de mis padres, rodeada del cariño de mi madre y de Nieves, mi hermana de crianza. Creo que al abuelo le dio un derrame mientras se estaba bañando y se
cayó. No recuerdo cuánto tiempo pasó entre la caída y su muerte.
En ese año estaban de moda las canciones de Favio, Sandro, las de Piero. Por aquel tiempo, mi hermano Félix se había llevado a una quinceañera, Alexandra, nieta de un amigo de mi padre, el Ingeniero don Santiago M, que solo le faltaba el título porque todos los conocimientos académicos y la experiencia los tenía. El Ingeniero le construyó algunas casas a mi padre y luego lo hizo su hijo, el Arquitecto Milton, quien fuera mi padrino de confirmación en la Iglesia de Quevedo y que me regalara un corte de tela para pantalón por ese motivo.
Antes de llegar a la pensión del abuelo, había un estudio
fotográfico del paisano chino don Jacinto Chang, el fotógrafo oficial de la realeza de
Quevedo, personaje infaltable en toda fiesta y evento público y que muchas fotos
tomase de la familia y de los amigos, en toda ocasión uno se tropezaba con don Jacinto. Chino de lentes redondos, medio calvo, gran
sonrisa, amplia, transparente, sincera, don Jacinto, era un ilustre y digno miembro de la gran
comunidad china de Quevedo, donde ya no era el fotógrafo sino un coterráneo más.
Pasando la pensión del abuelo, justo al lado, había un como taller de esos que reparan refrigeradoras, donde había un niño italiano, creo que se llamaba Lupo, la verdad es que no recuerdo bien su nombre. El chiquillo a veces jugaba ahí a la pelota y yo lo veía, me acuerdo como que no hablaba bien el español, el chiquillo no yo. Lupo entonces jugaba solo porque no tenía amigos ni familiares de su misma edad, digo yo, pero a mí no me crean ni pío, yo me especializo en el cuento y la mentira.
A mi bisabuela Glafira, madre de mi abuela Ana, también la conocí, todavia está vivo el recuerdo de aquella vez que le hice de la mano, ella contestando el saludo desde su casa de campo en Montoya. En aquella ocasión tal vez yo tenía unos 4 años y pasé por ahí, con Jaime, el chofer del camioncito de reparto de los productos de La Universal ya que mi padrecera distribuidor autorizado para Quevedo y su área de influencia.
Hasta aquí toda la historia es real, nada es inventado excepto lo que viene a continuación y ya se enterarán ustedes el por qué.
Ahora me voy a permitirme a mí mismo, cambiar el chip y empezar algo totalmente diferente.
LA FAMILIA DE LI WEI
El provenía de una familia de campesinos. Sus
padres y abuelos vivían juntos en una pequeña casa de adobe con techo de tejas,
rodeada de campos de arroz y hortalizas. Li Wei era el mayor de tres hermanos.
Su padre, Li Chang, trabajaba extensas jornadas en los campos junto con su
abuelo, mientras que su madre, Mei, se encargaba de la casa y el cuidado de los
hijos, además de ayudar en la siembra y cosecha de vez en cuando.
La educación de Li Wei había sido mínima. A sus 10 años, su padre lo había retirado de la escuela para que pudiera trabajar
en los campos y aportar a la economía familiar. Sus hermanos más pequeños, de
18 y 12 años, asistían a la escuela del pueblo en días alternos cuando no había
labores urgentes en la agricultura. Los abuelos de Li Wei, a pesar de no haber
tenido educación formal, poseían un profundo conocimiento de las prácticas
agrícolas, transmitido de generación en generación. Esto era considerado parte
esencial de la identidad y el saber familiar.
En Cantón, la vida era dura y la pobreza era
una constante. La familia dependía casi por completo de lo que lograban
cosechar para comer y, en menor medida, de lo que podían vender en el mercado
local. Las malas cosechas debido a las inclemencias del tiempo o las plagas
significaban meses de escasez, por lo que Li Wei se enfrentaba a un futuro sin
muchas esperanzas de mejorar.
Cuando Li Wei escuchó que algunos vecinos estaban
emigrando a América del Sur, donde había demanda de mano de obra para el
trabajo agrícola, decidió aventurarse. La despedida fue dolorosa: sus padres y
abuelos, aunque tristes, confiaban en que esta oportunidad le permitiría enviar
dinero a casa y, quizás, algún día regresar con una vida mejor para todos.
UN VIAJE RIESGOSO
A principios del siglo XX, las condiciones de viaje para los migrantes chinos que llegaban a América del Sur eran, en muchos casos, extremadamente duras y peligrosas. Estos viajes, realizados en su mayoría en barcos de carga, eran una experiencia traumática y devastadora para los pasajeros.
Los migrantes chinos eran usualmente
transportados en las bodegas, espacios cerrados, oscuros, y diseñados para
mercancías, no para personas. El hacinamiento era extremo: cientos de personas
compartían espacios diminutos sin ventilación adecuada. No había camas ni
lugares cómodos para descansar; en su lugar, cada migrante recibía un espacio
en el suelo o una hamaca compartida. La falta de higiene era abrumadora. Los
migrantes tenían acceso limitado a baños y agua para asearse, lo que hacía que
las enfermedades contagiosas se propagaran rápidamente.
La alimentación durante el trayecto era escasa
y de mala calidad. Muchas veces se les daban raciones de arroz y algo de agua,
sin posibilidad de acceso a alimentos frescos, lo que provocaba deficiencias
nutricionales. La mala alimentación y la falta de agua potable favorecían el
desarrollo de enfermedades como el escorbuto, una afección causada por la falta
de vitamina C. Las infecciones y parásitos intestinales también eran comunes
debido a las condiciones insalubres.
Una situación documentada describe cómo, en
uno de estos barcos, se desató un brote de fiebre tifoidea que afectó a decenas
de migrantes. Sin atención médica ni acceso a medicamentos, muchos enfermos
eran abandonados en sus lugares o, en el peor de los casos, lanzados al mar
para evitar que el contagio se expandiera aún más. Los sobrevivientes relataron
que el olor dentro de la bodega se volvía insoportable, y que el calor y la
humedad creaban una atmósfera asfixiante.
LI WEI NO VIAJA EN PRIMERA CLASE
Es completamente plausible que Li Wei hubiera estado al borde de la muerte debido a la disentería durante la travesía. Las condiciones insalubres en los barcos que transportaban migrantes chinos a América del Sur a principios del siglo XX eran propicias para la propagación de enfermedades infecciosas, incluyendo la disentería, que era una de las más comunes y mortales en ese contexto. Habían tantas razones por las cuales, uno podía morirse durante el viaje, cosa que no era poco común, ni tan extrañas, ah…., habían tantas historias que circulaban por el Cantón de aquellos días, con tanta gente migrando. Aquí les cito algunas:
· Higiene deficiente: Los
migrantes viajaban en bodegas abarrotadas, sin acceso a instalaciones
sanitarias adecuadas. Los desechos humanos a menudo se acumulaban cerca de las
áreas donde dormían y comían, contaminando el ambiente y facilitando la
transmisión de bacterias como Shigella o amebas, causantes de la
disentería.
· Agua contaminada: El agua
potable era limitada y, en muchos casos, se almacenaba en barriles que se
contaminaban durante el viaje. Beber esta agua era una de las principales vías
de infección.
· Alimentación insuficiente:
Las raciones de comida eran escasas y carecían de nutrientes esenciales, lo que
debilitaba el sistema inmunológico de los migrantes y los hacía más vulnerables
a las infecciones.
· Propagación rápida de enfermedades:
El hacinamiento y la falta de ventilación creaban un ambiente ideal para que
las enfermedades se propagaran rápidamente entre los pasajeros.
La experiencia de Li Wei
Durante la travesía, Li Wei comenzó a sentir los primeros
síntomas: dolor abdominal intenso, diarrea severa con sangre, fiebre alta y una
debilidad extrema. Sin acceso a medicamentos ni atención médica adecuada, su
estado habría empeorado rápidamente. Podría haber perdido mucho líquido y
electrolitos, poniéndolo en riesgo de deshidratación severa, que era una de las
principales causas de muerte por disentería en ese entonces.
Si logró sobrevivir, probablemente fue gracias a un golpe de
suerte y a la ayuda de otros migrantes que compartieron sus escasas raciones de
agua o alimentos con él. En algunos casos, la recuperación se debía a remedios
improvisados, como hervir el agua para evitar más infecciones o consumir
alimentos secos si estaban disponibles.
La experiencia de Li Wei habría dejado una marca indeleble
en su memoria, tanto física como emocional, recordándole las adversidades
extremas que tuvo que enfrentar para llegar a Palenque y buscar un futuro mejor.
En la bodega del barco el aire se enrareció al poco tiempo, se hizo insoportable el olor a miseria humana, heces, orina, sudor, vómito, hasta se olía a muerte porque algunos enfermaron entre ancianos e infantes y rápidamente sus cuerpos se descomponían, no quedaba mas que echarlos al mar, ya que los barcos carecían de bodegas de frío, como ya les habia indicado en algún párrafo anterior. Total para lo que les importaba a los traficantes de principios del siglo XX, mas preocupados en maximizar sus ganancias que en las condiciones de los migrantes, total ellos saben en lo que se meten.
HACIA DÓNDE SE DIRIGÍAN LOS CHINOS EN ESE TIEMPO?
Los migrantes chinos que llegaron a América
del Sur durante el siglo XIX y principios del XX desembarcaban en diversos
puertos estratégicos desde Estados Unidos hasta Perú. Su elección de destino
estaba influenciada por factores como oportunidades laborales, redes
migratorias ya establecidas, y la demanda de mano de obra en ciertos países. A
continuación, un breve análisis de los principales lugares de desembarco y las
razones detrás de sus preferencias:
1. Estados Unidos (California, San Francisco):
Motivo:
- Fiebre del oro (1848-1855):
Muchos chinos llegaron para trabajar en la minería durante este auge
económico.
- Construcción de ferrocarriles (década de 1860): Se necesitaba mano de obra barata y resistente para construir el
ferrocarril transcontinental.
Sin embargo, la creciente hostilidad, leyes
racistas como la Ley de Exclusión China (1882), y los altos costos de vida
llevaron a muchos a buscar otros destinos en América Latina.
2. México
(Ensenada, Mazatlán, Acapulco, Veracruz):
Motivo:
- México se convirtió en un destino alternativo para chinos que huían
de la discriminación en EE. UU.
- Las oportunidades laborales en agricultura y comercio, así como la
relativa facilidad para establecerse, atrajeron a los migrantes.
- Comunidades chinas florecieron en estados como Baja California y
Sinaloa.
3.
Guatemala y El Salvador:
Motivo:
- Aunque pocos migrantes chinos se establecieron en Centroamérica,
algunos llegaron para trabajar en la construcción de ferrocarriles y en
plantaciones de café y banano.
- Sin embargo, la inestabilidad política y económica en estos países
limitó su atractivo.
4. Panamá
(Ciudad de Panamá y Colón):
Motivo:
- La construcción del Canal de Panamá (1880-1914) atrajo a chinos
como trabajadores contratados.
- Sin embargo, las duras condiciones laborales, los altos índices de
mortalidad y el racismo limitaron su permanencia a largo plazo.
5. Ecuador
(Guayaquil):
Motivo:
- Cacao: En la región de la Costa ecuatoriana,
especialmente en Guayaquil y Los Ríos, había una gran demanda de mano de
obra para las haciendas cacaoteras.
- La creciente economía agrícola y los relatos de compatriotas ya
establecidos atrajeron a migrantes chinos.
- Guayaquil, como puerto principal, era un punto estratégico para el
comercio y la entrada de nuevos migrantes.
6. Perú
(Callao):
Motivo:
- Trabajo en haciendas de azúcar y algodón: Desde la década de 1840, los chinos fueron contratados como
"culíes" para reemplazar la mano de obra esclava.
- El puerto de Callao era un importante punto de entrada para los
migrantes debido a su proximidad a Lima y las grandes haciendas costeras.
- Perú tenía una de las mayores poblaciones chinas de América del Sur
gracias a estas primeras oleadas.
Colombia
(poco atractivo):
Razones por las cuales Colombia no era
popular:
- Inestabilidad política:
Durante finales del siglo XIX y principios del XX, Colombia sufrió
conflictos internos constantes, como la Guerra de los Mil Días
(1899-1902).
- Economía limitada: Aunque
existía la industria del café, no había un desarrollo agrícola o comercial
que demandara mano de obra china en gran escala.
- Falta de redes migratorias: A
diferencia de Perú o Ecuador, Colombia no tenía comunidades chinas
significativas que atrajeran a nuevos migrantes.
- Geografía desafiante: El acceso desde los puertos a las zonas de trabajo en el interior era difícil debido a la falta de infraestructura.
Los migrantes chinos preferían destinos con estabilidad relativa, demanda laboral en plantaciones agrícolas o ferrocarriles, y la posibilidad de establecerse en comunidades ya formadas. Esto explica su presencia significativa en países como Perú, México, y Ecuador, y la casi ausencia en Colombia.
El sueño de Li Wei
Li Wei había arribado al puerto de Guayaquil, Había llegado a Ecuador con el sueño de construir una vida nueva, lejos de la pobreza y las dificultades que enfrentaba en su aldea de Cantón. Después de su arduo y doloroso viaje, de sobrevivir a la enfermedad, el hacinamiento y las condiciones insalubres durante la travesía, había llegado al puerto de Guayaquil y luego se trasladó hacia Palenque, en la provincia de Los Ríos, donde, como muchos de los migrantes chinos de la época, había comenzado a trabajar en la agricultura y el comercio.
En Ecuador, al igual que en muchos países de América Latina, los migrantes chinos no siempre eran bien recibidos, y la barrera del idioma y las diferencias culturales los aislaban aún más. Sin embargo, algunos de ellos lograron integrarse y formar familias, pero el proceso legal de adaptación a su nueva vida era complicado. Para los chinos, el registro de su presencia en el país no era algo sencillo, especialmente cuando se trataba de registrar su nombre.
Su vida en Palenque
Es probable que Li Wei hubiera tenido algún conocido o pariente que ya hubiese emigrado a Palenque, en la provincia de Los Ríos, antes de su partida. A principios del siglo XX, las redes de migración china comenzaron a formarse de manera espontánea a través de conocidos, familiares, y paisanos que compartían noticias de oportunidades en el extranjero.
Es posible que algún tío o primo de Li Wei hubiera migrado previamente a América del Sur, estableciéndose en Ecuador. Muchos de los primeros migrantes enviaban cartas a sus familias en Cantón, donde relataban las oportunidades laborales en los cultivos de cacao y otros productos de exportación en los campos ecuatorianos. Estos relatos alentaban a más personas a seguir sus pasos, formando una especie de "cadena migratoria" en la que los primeros migrantes ayudaban a otros a establecerse y encontrar trabajo.
De haber tenido un pariente en Palenque, Li Wei habría recibido recomendaciones y consejos sobre cómo emprender el viaje y, quizá, incluso ayuda económica para costear el pasaje en barco. Al llegar, este pariente habría sido una fuente de apoyo crucial, permitiéndole hospedarse temporalmente, orientarse en la nueva tierra y ayudarle a encontrar trabajo en las haciendas cacaoteras. También es probable que le hubiera presentado a otros migrantes chinos de la región, lo cual le habría facilitado integrarse en la pequeña comunidad de inmigrantes chinos que comenzaba a formarse en esa parte de Ecuador.
Este apoyo era vital, pues los migrantes solían enfrentarse a una sociedad y un idioma completamente distintos, así como a condiciones de trabajo difíciles. Tener un pariente o conocido en Palenque habría sido de gran ayuda para que Li Wei se adaptara y se sintiera menos solo en su nueva vida.
El Registro Civil y el cambio de nombre
AhoraLi Wei se encontraba en la oficina del Registro Civil del pueblo, donde
varios de sus compatriotas se habían reunido para regularizar su situación
legal y obtener sus documentos. El funcionario que atendía los casos tenía
pocas nociones del idioma chino y no entendía bien la pronunciación ni el
significado de los nombres. Li Wei, como muchos otros, no sabía cómo responder
cuando le preguntaron su nombre en español.
El funcionario, con paciencia pero también con algo de frustración, empezó a
escribir lo que creía escuchar: "Li" no se entendía bien, y al
intentar escribir su apellido, "Wei", se confundió. Intentó
hacer una pronunciación aproximada, pero su español era limitado, y al no
entender las diferencias tonales que marcan el significado de las palabras en
mandarín, terminó escribiendo "Yong" en lugar de
"Wei".
Además, el empleado pensó que "Li Wei" podría sonar
demasiado "extranjero" o difícil de pronunciar para los locales, y,
siguiendo una práctica común en la época, decidió dar un nombre más “latino”
que pudiera ser más fácilmente asimilado. "Emilio" era un
nombre común en Ecuador, fácil de recordar y pronunciar. Lo escribió sin
pensarlo demasiado.
Li Wei, que no sabía mucho español, no entendió completamente lo que estaba
sucediendo, pero cuando vio el nombre "Emilio Yong" en el
documento, pensó que era una formalidad necesaria para poder continuar con su
vida en este nuevo país. Aceptó el cambio, ya que necesitaba ese papel para
poder trabajar, comprar tierras y asegurar su lugar en la sociedad ecuatoriana.
En la misma oficina, varios de sus compatriotas pasaron por situaciones
similares. Muchos terminaron con nombres que no tenían nada que ver con su
verdadero apellido o con los que usaban en su tierra natal. Algunos eran
llamados "Carlos" o "Pedro", otros fueron
bautizados con apellidos inventados o alterados, como "Zhang"
transformado en "Sánchez" o "Wu" en "Vega".
De esta manera, la migración de los chinos hacia América Latina, y
particularmente hacia Ecuador, dejó una huella en la identidad de aquellos que
llegaron en busca de un futuro mejor, pero que fueron forzados a renunciar, al
menos legalmente, a su nombre y su cultura para ser aceptados en la sociedad
local.
Un nuevo comienzo
Emilio Yong, como lo llamaban ahora, se
integró en la comunidad de Palenque. A medida que pasaron los años, su nombre
se fue adoptando en el día a día, y la gente lo reconocía más por Emilio
que por su nombre original Li Wei. En el mercado, en la iglesia y entre
sus vecinos, se fue construyendo su nueva identidad. No obstante, dentro de él,
siempre existió una pequeña lucha interna con la dualidad de ser Emilio
en un país extranjero y Li Wei en su corazón, recordando a su familia y
su tierra natal.
Así, al igual que muchos migrantes chinos en
América Latina, el cambio de nombre fue una estrategia de adaptación, impuesta
por las circunstancias y el contexto social de la época. A lo largo de los
años, se dio cuenta de que su historia, su identidad y su verdadero nombre
seguían siendo parte de él, aunque el mundo lo conociera como Emilio Yong.
Emilio Yong (Li Wei), viaja a Quevedo
El traslado de Emilio Yong (anteriormente Li
Wei) de Palenque a Quevedo podría haber sido impulsado por varias razones,
muchas de las cuales eran comunes entre los migrantes chinos en Ecuador y
América Latina en general. A continuación, algunas posibles motivaciones que
podrían haber influido en su decisión de mudarse:
1. Oportunidades
económicas:
Quevedo, en la provincia de Los Ríos, se
encontraba en una región agrícola de gran relevancia, especialmente para la
producción de caña de azúcar, cacao, arroz y frutas tropicales. Si Emilio ya
estaba trabajando en la agricultura, el movimiento hacia Quevedo podría haber
sido motivado por la búsqueda de mejores oportunidades laborales o
tierras para cultivar. En aquella época, muchas familias migrantes,
especialmente los chinos, se dedicaban a trabajos relacionados con la
agricultura y la producción de alimentos.
2. Desarrollo
de redes comerciales:
Quevedo era un centro de comercio en la
región, lo que le brindaba a Emilio la oportunidad de expandir su negocio de
productos agrícolas o de comercio minorista. A medida que los migrantes
chinos se asentaban en ciertas áreas, establecían redes comerciales y
tiendas que les ayudaban a prosperar económicamente. Si Emilio ya tenía
experiencia en el comercio, mudarse a Quevedo le permitiría abrir una tienda o
involucrarse más activamente en el intercambio de productos con los locales y
otros migrantes.
3. Búsqueda
de una vida más estable:
Palenque, siendo una población más pequeña,
podría no haber ofrecido todas las comodidades o estabilidad que Emilio deseaba
para su familia. Si ya había comenzado a establecerse en el país, es posible
que buscara un lugar con mejores servicios (educación, salud,
infraestructura), o una comunidad más grande de inmigrantes chinos y otras
nacionalidades con quienes pudiera interactuar más fácilmente. Quevedo, al ser
una ciudad más grande y más desarrollada, habría proporcionado una mayor seguridad
y estabilidad a nivel social y económico.
4. Condiciones
de vida en Palenque:
Si Emilio experimentó dificultades en
Palenque, como un entorno poco favorable o una falta de recursos para
desarrollarse, como tierras fértiles para cultivar o una escasez de compradores
para sus productos, la migración hacia Quevedo podría haber sido una estrategia
de supervivencia. Muchos migrantes cambiaban de ubicación buscando zonas
más prósperas para establecerse, principalmente debido a la competencia o la
falta de apoyo institucional para su integración.
5. Relaciones
familiares o con otros migrantes:
Es posible que Emilio tuviera familia o
amigos en Quevedo que lo invitaron a mudarse o que le ofrecieron
oportunidades de negocio. A menudo, los migrantes chinos se ayudaban entre sí,
creando comunidades de apoyo que les permitían prosperar. Tal vez algún
pariente que ya se había establecido en Quevedo le ofreció trabajo o le
facilitó la integración a la comunidad.⁹ĺ
6. Mejores
oportunidades para su familia:
Emilio podría haber decidido mudarse para
brindar un mejor futuro a su familia, especialmente si ya tenía hijos o
planeaba tenerlos. Quevedo podría haber ofrecido mejores oportunidades
educativas o una vida más cómoda en comparación con Palenque, permitiendo
que su familia tuviera acceso a una mejor calidad de vida.
7. Cambio
de ubicación por presiones sociales o raciales:
A lo largo de la historia, los migrantes
chinos enfrentaron dificultades de integración en algunas regiones, y a veces
se veían forzados a mudarse por la intolerancia racial o la
discriminación. Si Emilio enfrentaba dificultades para ser aceptado en Palenque
debido a su origen chino, mudarse a Quevedo podría haber sido una forma de
encontrar un entorno más amigable o menos hostil.
8. Cambio
en las dinámicas laborales:
Si Emilio había trabajado inicialmente en las
plantaciones de caña o en la agricultura en Palenque, y la situación en esa
región cambió —por ejemplo, si las plantaciones fueron compradas por nuevos
dueños, si los cultivos fracasaron, o si hubo una recesión en el sector
agrícola— él podría haber buscado nuevas oportunidades laborales en Quevedo,
que era un centro agrícola y comercial.
En resumen, Emilio Yong probablemente se mudó
a Quevedo buscando mejores oportunidades económicas y sociales, ya sea a
través del comercio, la agricultura, o por la proximidad a una comunidad más
grande de migrantes chinos o de otras nacionalidades. Las razones podrían haber
sido una combinación de factores personales, familiares y laborales,
siempre buscando un lugar donde pudiera mejorar su calidad de vida y la de su
familia en Ecuador.
Un nuevo comienzo
Emilio Yong, como lo llamaban ahora, se integró en la comunidad de Palenque.
A medida que pasaron los años, su nombre se fue adoptando en el día a día, y la
gente lo reconocía más por Emilio que por su nombre original Li Wei.
En el mercado, en la iglesia y entre sus vecinos, se fue construyendo su nueva
identidad. No obstante, dentro de él, siempre existió una pequeña lucha interna
con la dualidad de ser Emilio en un país extranjero y Li Wei en
su corazón, recordando a su familia y su tierra natal.
Así, al igual que muchos migrantes chinos en América Latina, el cambio de
nombre fue una estrategia de adaptación, impuesta por las circunstancias y el
contexto social de la época. A lo largo de los años, se dio cuenta de que su
historia, su identidad y su verdadero nombre seguían siendo parte de él, aunque
el mundo lo conociera como Emilio Yong.
La historia de Emilio Yong y Ana Olivo es una de esas que, aunque parezca
salida de una novela, refleja las realidades de la época y las circunstancias
de vida de muchos migrantes que buscaban un lugar al que finalmente pudieran
llamar hogar.
El Encuentro con Ana Olivo
Emilio Yong, después de haber dejado atrás su vida en Palenque, se asentó en
Quevedo, donde las oportunidades parecían más favorables. Durante los primeros
años de su estancia, trabajó en la agricultura y en el comercio minorista, pero
la soledad aún lo acompañaba. Había dejado atrás a su familia en China, había
cambiado su nombre, su identidad, y sentía que no tenía nada que lo atara
completamente a su pasado.
Un día, en el mercado local, Emilio vio a Ana Olivo, una joven
quevedeña de unos 18 años, que con su belleza y dulzura cautivó inmediatamente
su atención. Ana era hija de una familia trabajadora, conocida en el pueblo,
que vivía modestamente, pero con dignidad. Desde su llegada a Quevedo, Emilio
había oído hablar de ella, pero fue en ese encuentro fortuito que sus destinos
se cruzaron.
Ana era una joven de espíritu libre, alegre y llena de esperanza. En su
familia no había muchos recursos, pero su madre le enseñó que la humildad y el
trabajo duro eran la clave para vivir con dignidad. Cuando Emilio la vio por
primera vez, algo en su mirada reflejaba una mezcla de inocencia y fortaleza
que lo atrapó. No pasó mucho tiempo antes de que ambos empezaran a hablar, a
compartir historias y, eventualmente, a enamorarse. Aunque Emilio no hablaba
perfectamente el español y Ana no tenía conocimiento del chino, se hicieron
entender a través de la mirada y la calidez que transmitían sus gestos.
Ana le dio a Emilio un sentido de pertenencia que no había encontrado en
ningún otro lugar. Él se sintió aceptado por ella, y su amor floreció
rápidamente. En poco tiempo, Emilio y Ana se unieron y procrearon una hija, Fanny
Yong Olivo, una niña que heredó los ojos rasgados de su padre y la calidez
de su madre. La vida parecía haberles dado un respiro.
Sin embargo, el amor de Emilio y Ana no duró para siempre. La vida en
Quevedo, aunque prometedora, estaba llena de desafíos. Emilio había acumulado
algunas deudas, y aunque se esforzaba por mantener su pequeño comercio, no
siempre podía cubrir los gastos. Los problemas económicos, la presión de criar
a Fanny, y algunas tensiones familiares comenzaron a hacer mella en su
relación.
Una tarde, Emilio le dijo a Ana que iría a comprar cigarrillos, algo que en
ese momento parecía trivial, pero que marcaría el inicio de una larga
separación. Le prometió regresar pronto, pero, como tantas veces ocurre en
historias como la suya, nunca volvió.
Ana, esperanzada y preocupada, pasó días esperando que Emilio regresara,
pero los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Nadie sabía
nada de Emilio, aunque los rumores empezaron a circular. Algunos decían que
había encontrado a otra mujer, otros murmuraban que se había metido en
problemas con gente equivocada, pero lo cierto era que Emilio nunca regresó.
Ana, destrozada, tuvo que hacerse cargo de Fanny sola. La vida le presentó
nuevos desafíos, pero logró sacar adelante a su hija. Con el tiempo, dejó de
esperar a Emilio, y aunque el amor por él nunca desapareció completamente,
aprendió a seguir adelante, centrándose en su hija y en la vida que aún podía
construir.
Esta ruptura me impidió conocer al abuelo; no sé si de parte de los hermanos de padre de mi madre, hubo nayor conocimiento de la vida del abuelo y de su familia en Cantón, China. Nunca le escuché nada a mi querido tío Severo, el mas allegado de todos mis tíos y de quien aún guardo muy gratos recuerdos.
EL ENCUENTRO CON LA SEÑORA CHAVEZ
Por otro lado, Emilio, conoció a Catalina Chávez, una mujer de
carácter fuerte y de corazón cálido, con quien estableció una nueva vida. La
relación con Catalina fue diferente a la que tuvo con Ana, pero también fue
intensa. La señora Chávez le dio estabilidad y Emilio, buscando reconstruir su
vida después de la separación con Ana, se unió a ella.
Con Catalina, Emilio tuvo una familia numerosa, 13 hijos, dicen por ahí, lo cierto es que yo tan solo conocí a los tíos Remigio, Segundo, Severo y ls tía Delia, siendo el mas allegado de todos, el tío Severo. De niño me encantaba visitar la casa del tío. en la finca la Silvia María como la conocíamos. El tio Severo quien cada vez que llegabamos, sin pestañear en lo mas mínimo, ordenaba que mataran un cerdo para Fanny para que prepararan caldo de salchicha y fritada y yo, como un gran comelón, bravo me ponía y disfrutaba mucho del banquetazo.
La historia del abuelo Emilio no es tan sencilla como parece. Los años
pasaron y, aunque algunos lo veían como un hombre sin corazón, los recuerdos de
su primer amor y de su hija nunca desaparecieron de su mente. El silencio y la
distancia entre él y mi abuela Ana se convirtieron en un peso que lo acompañó durante el
resto de sus días, como una sombra que nunca se desvaneció.
AQUI TERMINA LA HISTORIA
A lo largo de los años, se tejieron historias y leyendas sobre Emilio Yong.
Algunos decían que siempre había sido un hombre marcado por sus decisiones,
otros afirmaban que había sido una víctima de las circunstancias, un hombre que
había huido de su pasado por miedo a enfrentarlo. Lo cierto es que Emilio Yong,
el hombre que alguna vez fue Li Wei, vivió una vida llena de rupturas,
decisiones equivocadas y una búsqueda constante de pertenencia, mientras que
Ana Olivo y Fanny siguieron adelante, pero sin olvidar nunca al hombre que
alguna vez fue parte de sus vidas.
Así termina la historia del abuelo Emilio, un hombre que se fue en busca de algo, y en su camino dejó atrás lo más importante: a su familia. Como tantas veces sucede en la vida, se quedó con el recuerdo de lo que pudo haber sido, pero sin la posibilidad de corregir lo que ya no tenía solución.
LA VERDADERA HISTORIA DE LI WEI
Después de contarles todo esto sobe Li Wei, luego Emilio Yong, quiero decirles que en verdad todo esto es ficción, lo único cierto es que él es mi abuelo, a quien nunca tuve el gusto de conocer. Mi madre, Fanny Yong Olivo, nunca tuvo palabras de rencor o resentimiento para con su padre, nunca se lo escuché, ni de niño ni ya de adulto, tan solo unas cortas historias de las pocas veces que mi abuelo, su papá fue a su casa a verla. Me contó mi madre que su papá, como que había tenido una tienda por acá por Guayaquil. Pocos recuerdos tenía de su padre, como que me dijo que la última vez que el la visitó, ella tenía apenas 8 años. Tampoco le escuché nada decir a mi abuela Ana Olivo respecto de Emilio Yong, claro está que en esos tiempos las abuelas no conversaban de estas cosas con sus nietos y que además, yo era muy pequeño. Si alguien alguna vez tomó una foto del abuelo, de seguro fué don Jacinto Chang, el fotógrafo oficial de Quevedo, es que las fotos de aquellos tiempos eran escasas y las fotos de niños eran montados en un caballito del fotógrafo del parque.
LA NOSTALGIA
José miraba al horizonte con la mirada fija, como si buscara algo en el espacio infinito, algo que nunca podría alcanzar. Un vacío le atravesaba el pecho, una sensación de falta, de ausencia, como si su vida estuviera incompleta. Había escuchado tantas historias de su abuelo, Emilio Yong, el hombre al que debía su existencia, pero nunca lo había conocido. Lo único que le quedaba de él eran los relatos dispersos, fragmentos de recuerdos que le llegaban de boca de otros, y el inexplicable lazo que sentía con un hombre del que no tenía ni siquiera una foto.
Li Wei. Ese era el nombre verdadero de su abuelo, el que llevaba en su tierra natal de Cantón, China. Había llegado a Ecuador a comienzos del siglo XX, buscando oportunidades, huyendo de un pasado complicado y un presente incierto. Se había establecido en Palenque, en la provincia de Los Ríos y luego se afincó en Quevedo, donde, con los años, forjó una familia, un futuro, pero sin jamás dejar atrás su tierra y su cultura. Cuando José pensaba en él, no podía evitar sentirse envuelto en una mezcla de curiosidad y melancolía.
Era un hombre que había dejado huella sin saberlo, que, al cruzar océanos, se había convertido en parte de la historia de una familia que ahora él apenas alcanzaba a comprender. Las historias de Emilio, o Li Wei, a él a través de pocos fragmentos: su carácter, sus ojos oscuros como la madera de los muebles antiguos, su risa grave, la forma en que se sentaba en la esqouina del comedor a hablar de la vida en su idioma natal, aunque nadie lo entendiera. Esas historias formaban parte de una leyenda familiar, pero no había rastro tangible, no había fotos, ni cartas, ni algo que lo acercara realmente a él. Sólo recuerdos distorsionados, palabras sueltas que se desvanecían con el paso de los años.
José, a menudo, se encontraba mirando el álbum de fotos de la familia, buscando algo, aunque sabía que nunca encontraría lo que le faltaba. A veces, su madre, con voz temblorosa, le contaba cómo su abuelo había sido un hombre callado, fuerte, pero también sensible, un hombre que, aunque se adaptó a la vida ecuatoriana, nunca dejó de sentir la nostalgia por su hogar, por su gente, por los campos de arroz y las montañas de Cantón. Pero José nunca lo vió. No pudo compartir esos pequeños momentos que construyen la memoria de un abuelo: un consejo sabio, una sonrisa cómplice, el abrazo firme que sólo un abuelo sabe dar. Todo eso se quedó en la distancia, como un sueño inalcanzable.
A veces, José se preguntaba cómo habría sido la vida si su abuelo aún estuviera allí. Quizás, pensaba, él podría haberle contado sobre los días en que vivió en Palenque, cómo se sintió cuando por fin pudo hablar un poco de español, cómo había visto crecer a sus hijos entre el frío del invierno chino y el calor tropical de Ecuador. Tal vez le habría hablado de las luchas, de los sacrificios, de la soledad en medio de la multitud. Y sin embargo, la historia de Emilio Yong siempre parecía escaparse, como agua entre los dedos, tan cercana y tan lejana a la vez.
José también sentía la tristeza de no conocer ese otro lado de su herencia. Sabía que, por más que tratara de imaginarlo, no podía. No tenía el rostro de su abuelo, ni el brillo en los ojos de aquel hombre que construyó su futuro desde la nada. Todo lo que le quedaba era la certeza de que su vida debía mucho a alguien que nunca vió, pero cuya presencia sentía en cada paso que daba. Era como si Li Wei, Emilio Yong, estuviera viviendo en él, en su deseo constante de entender más, de buscar sus raíces en un lugar donde las respuestas siempre se desvanecían.
La nostalgia era un peso constante. No era doloroso, pero sí pesado, una sensación de vacío que nunca desaparecía por completo. José pensaba que, tal vez, su abuelo había sido un hombre de pocas palabras, que las emociones profundas las guardaba para sí mismo, como si cada sentimiento fuera un trozo de tierra que sólo él conocía. Pero lo que no sabía José, lo que aún no entendía por completo, era que el simple hecho de haber sido nieto de ese hombre, de llevar su apellido, era suficiente para que una parte de él siempre estuviera conectada a su legado, a esa historia que, aunque callada, no moría.
No había rencores, no había resentimientos. Había, en cambio, una tristeza suave, casi melancólica, por no haber tenido la oportunidad de conocerlo, por no haber podido mirarlo a los ojos, por no haber podido entender su mirada llena de historias no contadas. Li Wei había partido, pero en algún lugar del alma de José, él seguía vivo, presente, como una sombra que o nunca desaparece, que siempre acompaña.
La herencia de Emilio Yong, de Li Wei, el abuelo, no estaba en los recuerdos materiales, en los retratos o en los objetos que pasan de generación en generación. Estaba, en cambio, en el caso de José, su nieto, en esa búsqueda constante, en la curiosidad que le carcomía por conocer más, o por entender el pasado de un hombre que, aunque lejano, había marcado su destino. Y aunque nunca llegara a conocerlo, lo llevaría con él, como una parte invisible pero sólida de su ser.
FIN
Si te gustó esta historia, compártela con tus amigos, con tu familia.
Si quieres que escriba sobre algún tema en particular, dímelo también porque seguro tienes mil y una historias muy lindas e interesantes, dignas de ser escritas y compartidas. Puede ser que sepas algo de este tema que merezca ser publicado, si es así me avisas.
Si no te gustó no importa, espero que te guste mi próxima historia, siempre hay una oportunidad de contarla mejor, para que sea de tu agrado y sepas cuando quieras puedes invitarme un ratito y compartimos un café y muchas historias.
Si tienes algún comentario, por favor escríbelo HACIENDO CLIC en Publicar un comentario, más abajo, no seas perezoso, mueve el dedo. Sabes, puede que no te conozca, pero eso no importa. Un fuerte abrazo y espero que estéis bien. RECUERDA QUE PESE A TODO, SOMOS RECUERDOS Y COMO YO NO LOS TENIA, TUVE QUE CONSTRUIRLOS.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario