martes, 4 de junio de 2024

TEORIA DE LA ESTUPIDEZ


La teoría de la estupidez es un concepto popularizado por el historiador y economista italiano Carlo M. Cipolla en su ensayo "Las leyes fundamentales de la estupidez humana". Cipolla describe la estupidez como una fuerza destructiva y subestimada en la sociedad. A continuación, te detallo las cinco leyes fundamentales de la estupidez según Cipolla:

1. **Siempre e inevitablemente subestimamos el número de personas estúpidas**: Según Cipolla, no importa cuántas personas estúpidas creas que hay, siempre habrá más de lo que piensas.

2. **La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona**: La estupidez no discrimina y se distribuye uniformemente entre todas las clases sociales, profesiones, niveles educativos, etc. Lo contrario, sería algo realmente estúpido.

3. **Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona o grupo de personas sin obtener ningún beneficio para sí misma e incluso incurriendo en pérdidas**: Cipolla define a las personas estúpidas como aquellas cuyas acciones son contraproducentes tanto para ellas mismas como para los demás.

4. **Las personas no estúpidas siempre subestiman el potencial destructivo de las personas estúpidas**: Las personas inteligentes a menudo no comprenden cuán peligrosas pueden ser las acciones de las personas estúpidas y, como resultado, pueden ser sorprendidas por las consecuencias negativas. Es que si hacemos lo que dice fulanito, no va a pasar nada. Ahí tenemos el ejemplo actual de dictadores y tiranos que están donde nosotros los pusimos.

5. **La persona estúpida es el tipo más peligroso de persona**: Debido a que las personas estúpidas actúan sin lógica y sin buscar beneficios personales, son impredecibles y pueden causar daños significativos sin motivo aparente y luego andamos preguntándonos que por qué hizo esto o aquello.

Cipolla también introduce un gráfico en su ensayo que clasifica a las personas en cuatro categorías basadas en sus acciones y resultados: 

- **Inteligentes** (benefician a otros y a sí mismos),

- **Desgraciados o Incautos** (benefician a otros a costa de sí mismos),

- **Bandidos** (benefician a sí mismos a costa de otros),

- **Estúpidos** (perjudican a otros y a sí mismos).

Esta teoría, aunque presentada con un tono humorístico y sarcástico, ofrece una reflexión sobre cómo las acciones irracionales y perjudiciales pueden tener un impacto significativo en la sociedad.

Además de Carlo M. Cipolla, varios otros pensadores, filósofos y autores han abordado el tema de la estupidez desde diferentes perspectivas. Aquí te menciono algunos:

1. **Robert Musil**: En su obra "Sobre la estupidez" (1937), Musil analiza la estupidez como un fenómeno social y cultural, y argumenta que la estupidez no es simplemente la falta de inteligencia, sino una incapacidad para pensar críticamente y cuestionar las convenciones sociales, definitivamente, hay mucho pensador, intelectual, crítico, "estúpido".

2. **Albert Einstein**: Es famosa la cita atribuida a Einstein: "Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy seguro sobre el universo." Aunque la autenticidad de esta cita es debatida, refleja una percepción común sobre la omnipresencia de la estupidez en la humanidad. Hay cosas que aún están a nivel teòrico, que no han sido todavía comprobadas pero la estupidez, esa no, es que somos estúpidos por naturaleza?

3. **Dietrich Bonhoeffer**: El teólogo alemán escribió sobre la "estupidez" en sus cartas desde la prisión durante la Segunda Guerra Mundial. Bonhoeffer argumentaba que la estupidez es más peligrosa que la maldad, ya que es menos detectable y más difícil de combatir, una estupidez disfrazada de buena intención no es fácil de ver.

4. **José Ortega y Gasset**: El filósofo español analizó el fenómeno de la estupidez en su obra "La rebelión de las masas" (1930), donde habla de cómo las masas, al no ser guiadas por una élite intelectual, pueden caer en comportamientos estúpidos y destructivos, peligroso, muy peligroso.

5. **Jean-Paul Sartre**: En su obra "La náusea" (1938), Sartre presenta la estupidez como una falta de autenticidad y reflexión en la existencia humana. Para Sartre, la estupidez es una forma de mala fe, donde las personas evitan enfrentar la realidad de su propia libertad y responsabilidad, evadiendo o negando lo que es obvio o evidente.

6. **Franz Kafka**: Aunque no escribió específicamente sobre la estupidez, las obras de Kafka a menudo exploran la irracionalidad y la falta de sentido en las estructuras burocráticas y sociales, que pueden ser vistas como una forma de estupidez institucionalizada, que hace que la burocracia esté para entorpecer y no para servir, donde las experiencias positivas son escasas o ausentes.

7. **Friedrich Nietzsche**: El filósofo alemán también abordó el tema en varias de sus obras. En "Más allá del bien y del mal" y "Así habló Zaratustra", Nietzsche critica la estupidez como una falta de pensamiento crítico y conformismo, y aboga por una vida de autotranscendencia y superación personal. De estos, por montón.

8. **Gustave Flaubert**: En "Diccionario de ideas recibidas", Flaubert satiriza la estupidez común y las ideas preconcebidas de la sociedad de su tiempo, mostrando cómo la ignorancia y el conformismo pueden perpetuar la estupidez.

Estas perspectivas ofrecen una variedad de enfoques sobre la estupidez, desde su manifestación en individuos hasta su impacto en la sociedad y la cultura.

LA HISTORIA DE HECTOR 

Había una vez en Caracas, un hombre llamado Héctor. Héctor era un hombre sencillo, de familia trabajadora, que había vivido toda su vida en el barrio de Catia. Desde joven, había sido un ferviente seguidor de la Revolución Bolivariana y del comandante Hugo Chávez. Cuando Chávez murió y Nicolás Maduro asumió el poder, Héctor continuó apoyando al gobierno con la misma pasión.

A medida que pasaban los años, Venezuela entraba en una crisis económica y social sin precedentes. La inflación descontrolada, la escasez de alimentos y medicinas, y la inseguridad generalizada se convirtieron en la norma. Las historias de corrupción, abuso de autoridad y enriquecimiento ilícito por parte de funcionarios del régimen se multiplicaban día a día. Sin embargo, Héctor se mantenía firme en su apoyo a Maduro.

Sus amigos y vecinos no entendían su lealtad. En las interminables filas para conseguir alimentos racionados, le decían: “Héctor, ¿no ves lo que está pasando? ¿Cómo puedes seguir defendiendo este gobierno?”. Pero Héctor siempre tenía una respuesta: “Esto es culpa de la guerra económica que nos han impuesto desde el extranjero. Maduro está haciendo lo mejor que puede por el pueblo. Nosotros debemos resistir”.

Un día, Héctor fue a una reunión del consejo comunal, donde el representante del gobierno local hablaba sobre los logros de la revolución y los planes futuros para el país. Héctor levantó la mano y dijo con orgullo: “Este gobierno nos ha dado dignidad. Nos ha enseñado a no arrodillarnos ante el imperialismo. Puede que estemos pasando por tiempos difíciles, pero saldremos adelante porque somos un pueblo valiente”.

En casa, su esposa Marta lo miraba con tristeza. Marta había perdido su trabajo como enfermera debido a los recortes en el sector público. Su hijo mayor había emigrado a Colombia en busca de una vida mejor, y su hija menor, enferma, no conseguía los medicamentos que necesitaba. “Héctor, amor, ¿no ves lo que nos está haciendo este gobierno? ¿Cuántas pruebas más necesitas?”, le decía ella.

Pero Héctor, con una mezcla de terquedad y convicción, respondía: “Todo sacrificio vale la pena por la revolución. Los que se van son cobardes. Nosotros nos quedamos a luchar”.

Los años pasaron y la situación en Venezuela se agravó. La emigración se convirtió en un éxodo masivo. Héctor seguía defendiendo al régimen en conversaciones con sus pocos amigos que aún quedaban. En las redes sociales, compartía mensajes oficiales y desacreditaba cualquier crítica como “propaganda imperialista”.

Una noche, mientras Héctor miraba el noticiero oficialista en su pequeño televisor, llegó la noticia de que un alto funcionario del gobierno había sido detenido en el extranjero con una fortuna ilícita. Los detalles del caso eran irrefutables. Marta, con lágrimas en los ojos, le dijo: “Héctor, ¿ahora qué dices? ¿Cuántas más de estas pruebas necesitas para ver la verdad?”.

Héctor permaneció en silencio. Su fe en el régimen tambaleaba, pero no se rompía. A la mañana siguiente, se levantó, se puso su vieja camiseta roja y salió a las calles a pregonar las bondades de la revolución, hablando con la misma pasión de siempre. Tal vez era demasiado tarde para cambiar de opinión, o tal vez su identidad estaba tan entrelazada con la revolución que admitir su fracaso sería perderse a sí mismo.

Así, Héctor continuó su vida, aferrándose a su creencia, mientras el país que amaba se desmoronaba a su alrededor. Su historia no era única; representaba a muchos que, pese a toda la evidencia, seguían defendiendo un régimen que les había prometido un futuro brillante y les había dejado en la oscuridad.

LA HISTORIA DE VALERIA

Héctor había tenido una hija, Valeria, de una unión anterior. Valeria vivía en una zona turística de Caracas, donde la crisis económica la había empujado a una vida que nunca habría imaginado. Para sobrevivir y mantener a sus dos hijos, Valeria se había visto obligada a prostituirse con turistas extranjeros, buscando dólares para comprar alimentos y medicinas.

Cada noche, mientras Héctor dormía en su pequeña casa en Catia, Valeria salía a las calles. La esperanza de un futuro mejor para sus hijos era lo único que la mantenía en pie. Su plan era reunir suficiente dinero para comprar pasaportes falsos y, si era necesario, atravesar el peligroso Darién para llegar a los Estados Unidos, a Miami donde hoy viven muchos venezolanos, sus paisanos y que están haciendo de todo por mejorar sus vidas, por ayudar a los que se quedaron por allá y que aún luchan por salir.

Valeria había intentado hablar con su padre en varias ocasiones sobre la gravedad de la situación. “Papá, no podemos seguir así. Este país ya no tiene futuro para nosotros. Necesito llevarme a los niños a un lugar seguro”, le decía con desesperación. Pero Héctor, fiel a sus creencias, respondía: “Valeria, tienes que resistir. Las cosas mejorarán. No podemos abandonar la revolución”.

La relación entre padre e hija se había deteriorado. Valeria resentía la ceguera de Héctor frente a la realidad, mientras Héctor veía a Valeria como una desertora de la causa. Sin embargo, ambos compartían el mismo dolor: el amor por su país y la desesperación por un futuro incierto.

Una noche, Valeria llegó a casa de Héctor después de una jornada especialmente difícil con un turista exigente, soportando hasta maltrato físico y abusos por unos cuantos dólares. Sus hijos dormían en el pequeño apartamento que alquilaba con el dinero que ganaba. Miró sus rostros inocentes y tomó una decisión. “Papá, no puedo seguir así. Necesito salvar a mis hijos, aunque tenga que irme sola”, pensó.

A la mañana siguiente, Valeria fue a ver a Héctor. “Papá, me voy. No sé si nos veremos de nuevo, pero debo intentarlo por mis hijos. No puedo seguir esperando a que las cosas mejoren aquí”, dijo, con lágrimas en los ojos. Héctor, por primera vez, sintió el peso de su ceguera. Miró a su hija, cansada y desesperada, y supo que no podía detenerla.

“Valeria, espero que encuentres lo que buscas. Reza para que esta revolución finalmente nos lleve a la tierra prometida”, dijo Héctor, sin convicción, pero con amor.

Valeria se fue con sus hijos, dejando atrás un país en ruinas y un padre atrapado en sus ideales. Mientras caminaba hacia un futuro incierto, sabía que su lucha no había terminado, pero al menos había dado el primer paso hacia la esperanza.

FIN

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