viernes, 4 de febrero de 2022

YO EL IDIOTA

DE QUE, QUE?

Bueno, lo que quiero es compartirles algunas anécdotas donde me porté inintencionalmente como un verdadero idiota, como se dice, sin querer queriendo, pero que ofendí, realmente ofendí y ni siquiera pedí disculpas o perdón.


LA SEÑORA JENI

La señora Jení, tía política de Aurelia, mi esposa, era hermana de don Galo y casada con el tío Atanasio, vivía en su casita en el Guabal, en las afueras de Chone. Con mi esposa, en una ocasión en que habíamos ido a Chone, fuimos a visitarla y ella con mucho gusto nos recibió en su casa, nos atendió y hasta nos brindó comida, y yo, por esas estupideces de la vida, no comí y la señora Jení se echó a llorar, no sé que excusa tonta puse para no comer, pero lo cierto es que la ofendí, sí, la ofendí, y es verdad porque ella con mucho cariño, nos brindó la comida que había preparado para nosotros y al no comerla, estaba rechazándola, en realidad no costaba nada comerla, me acuerdo que era un plato de arroz con gallina criolla, de seguro preparada con vinagre de banano, que le da un toque especial que hoy en día me gusta.

No fuí recíproco con la atención de la señora Jení, ella se sintió menospreciada y de verdad que sin querer queriendo y sin ninguna mala intención, así la traté al final al rechazar su comida. Una verdadera falta de tacto que si yo hubiese sido Ministro de Relaciones Exteriores, seguramente hubiese originado una guerra con un país vecino. Pobre de mí o tonto de mí. No hagan eso, la reciprocidad exige devolver sonrisa con sonrisa, cariño con cariño, amor con amor y eso solo trae bendiciones, cosas bonitas en la vida, así que por favor, acuérdense de mí y no compitan conmigo en estupideces, no intenten ganarme que yo solo tengo el galardón de verdadero idiota.

DON FELIPE SALVATIERRA

Allá por el año 78, en Quevedo, mi hermano Félix, frecuentaba a los placeros de frutas que tenían sus puestos en el malecón Eloy Alfaro, entre la séptima y la octava. Si mal no me acuerdo el primer puesto de frutas comenzando desde la izquierda, es decir desde el lado izquierdo, era el de Fernando, cuyo apellido no me acuerdo, pero luego por boca de él supe que se había unido con una hermana de Meche Alarcón, sobrina de mi madre; al lado de su puesto quedaba el de Ricardo Douglas, un descendiente de los negros jamaiquinos que habían venido para trabajar en la península en la refinería de petróleo de la BP (British Petroleum) y que se habían afincado en Durán, alto, negro de otro talante, flaco, barbado, Ricardo, me decía socio, socio de qué? pero así me decía; luego continuaban otros puestos, creo que unos dos o tres y de ahí el de don Felipe Salvatierra. Los manabas son pueblo de migrantes y la mayor parte de los placeros de fruta que estaban afincados en el mercado, eran oriundos de esa provincia, colindante con la mía. 

Don Felipe como que era el decano de los placeros, por lo menos de los que yo conocía, después del puesto de él, como que ya no frecuentaba a ningún otro. El negro Ricardo se especializaba en la venta de frutas, mayormente naranjas, Fernando traía tomates y pimientos y creo que cosa igual hacía don Felipe. 

Para ese entonces, yo vivía en casa de mis padres, en la calle Bolívar entre la Octava y la Séptima, estaba solo ya que mis padres junto mi hermana menor habían viajado a España al matrimonio de mi hermana Sabina, sí, la que había salido conmigo a estudiar a Canadá y que luego de un año, se mudó para las Europas, específicamente a Barcelona, donde tenía conocidas de por acá, compañeras de colegio en Guayaquil. La verdad es que no me llevaron por que por aquellos días, yo andaba peleado con mis padres.

Un domingo, me levanté, arreglé y fui donde el negro Ricardo, total, nada tenía que hacer y lo visité, sabiendo que estaba solo, me invitó a comer un buen bistec de hígado con arrocito blanco, humeante, rico, que preparaban en uno de los kioscos de la mini-bahía que el municipio había permitido se establezcan en la calle séptima entre Bolívar y malecón. Era un tremendo plato de arroz y como siempre he ha gustado el hígado y estaba bien preparado, por lo menos a mi gusto, lo comí con avidez, no con Avilés, agradeciendo la invitación.

Al regresar al puesto de Ricardo, ya don Felipe, se había instalado en su puesto a tomar y pasó a invitarnos, esa era la costumbre, si pasaba un betunero, don Felipe hacía que limpiara los zapatos a todos. Tomaban de todo, Coñac Napoléón, cuando querían tomar fuerte y cerveza pilsener en otras ocasiones, para el chinito, yo era el chinito, pedían club  un vaso, los demás tomaban todos del mismo vaso. Los asientos eran las cajas en donde se metían los tomates y pimientos, simplemente se las viraba y ya, se hacía un círculo fuera del puesto y se tomaba y conversaba.

Los placeros eran gente que hacía su platita pero que, respetando gustos y gustos, se gastaban esa plata fuera de casa en chupas, es decir en trago y mujeres, mientras que sus pobres esposas, tenían que sacarle el dinero del bolsillo cuando llegaban a casa borrachos y se quedaban dormidos. Estas personas, eran mayoristas de fruta, no eran puestos pequeños, ellos compraban la fruta en el campo  y llenaban un carro pequeño, digamos que una Nissan Jr, una Toyota Stout y la recargaban hasta el tope.

Luego de un tiempo de rondas y rondas de trago, a don Felipe le dio hambre y le dijo a alguno de sus asistentes o colaboradores que pidiera comida para todos a uno de los kioscos de la mini-bahía, sí, de aquella que quedaba en la calle séptima. Cuántos estaríamos tomando, contemos a ver si recuerdo, habría estado Fernando el de la esquina del lado izquierdo, Juanito que también se arrimaba donde Fernando, otro que era marido de una de las hijas de Fernando, el casado con una media pariente mía, el negro Ricardo,  algunos otros, digamos que unos dos, el anfitrión, don Felipe, y yo, total éramos como ocho. Llegaron los platos de comida, humeantes, ricos se veían. Siempre me hacían la deferencia, el trato especial, yo era el chinito, el hijo del millonario, según ellos y no se imaginan que pasó, don Felipe ordenó que el primer plato me lo dieran a mí, como un gesto bonito y tampoco se imaginarán que hizo don idiota, lo rechazó, aduciendo que estaba lleno, lo cual era verdad, verdad, de verdad, pero que bien podía haberlo aceptado, agradecido y haber hecho un esfuerzo de terminar de comerlo, aunque fuera de a poco, excusándome en que comía lento; si le expliqué que minutos antes, el negro Douglas me había hecho igual invitación y que estaba lleno, creo que esto fué peor, lo cierto, es que, don Felipe, dolido, desairado, devolvió todos los platos, por supuesto que lo pagó y todos se quedaron sin comer por mi culpa. Yo, el idiota, aunque sin querer queriendo como dijo El Chavo. La verdad es que no hubo mala intención, pero ofendí, sí, ofendí. Así es la historia, me trataban bien y yo devolvía mal por bien, no fui recíproco, una total falta de tacto, no creo que fuera soberbia y mas bien creo que había reprobado el curso de Diplomacia 100 de la universidad de la vida, pero sí, fui un perfecto idiota.



LA LECCION

En realidad de verdad, no creo que pueda recordar una lección y olvidar el pasado , creo que lo uno va con lo otro.

Indudablemente que en la vida cometemos errores y muchos, yo en especial, pero siempre es mejor ser recíprocos en el trato y más que devolver, es, saber corresponder, un gracias, una palabra amable, una sonrisa no le hacen mal a nadie, nada pasaba si hacía aceptaba la comida, la agradecía y la disfrutaba ya que en el primer caso, la habían preparado para mi esposa y para mí, seguramente habían matado a la gallina Margarita, la más gorda, la mejor del gallinero, esa que se reserva como el buen whisky solo para invitados especiales y para las mejores ocasiones y en el otro caso igual, me habían hecho una deferencia, a í me habían servido primero, así que les pido por favor, no compitan conmigo, no quieran ganarme que en estas historias, solo soy YO, EL IDIOTA.



QUE DICE LA BIBLIA ACERCA DE LA RECIPROCIDAD

Y así como queréis que los hombres os hagan, haced con ellos de la misma manera. (Lucas 6, 31)

FIN


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