lunes, 27 de marzo de 2023

LA PALA

 

LA PALA



La pala, conocen ustedes que es una pala, claro que sí, según la Real Academia Española de la Lengua, una pala es: “una herramienta de mano utilizada para excavar o mover materiales con cohesión relativamente pequeña. Consta, básicamente, de una lámina con una ligera curvatura y de un mango con el que se maneja. La tabla o plancha suele ser metálica y el mango remata generalmente en un asidero que puede ser recto o curvo, para poder ejercer mayor fuerza con una de las manos. ​ La pala se ha empleado desde la más remota antigüedad en labores agrícolas y de construcción. Pero pasa y sucede que esta pala no es cualquier pala, es una pala para cacao, es diferente, es de madera, y no es hecha industrialmente, es tallada a pura mano, de un solo trozo de madera, de madera seleccionada, de árbol cortado en la fase correcta de la luna, dejada secar por el tiempo necesario para luego con el amor de nuestros artesanos, ir dándole forma poco a poco, con herramientas rudimentarias, acariciando como se acaricia a la mujer amada, como cuando se ama, se va sacando lo mejor de esa persona porque se conversa con la madera, se le dicen cositas, se le hacen promesas, escucha pala hermosa,  a ti nadie te conocerá, pero sabes que? En ese chocolate que se hace con el cacao fino de aroma, con el mejor cacao del mundo, hay una parte de tí, ignorada, pero apreciada y saboreada, porque tú llevarás contento y alegría a mucha gente, al niño, al viejo, al de la patisserie y harás que ese momento sea inolvidable, tú estarás presente en esa taza de buen chocolate, de sabor profundo, de gran aroma, chocolate que como el buen beso, no se olvida fácilmente, más bien se recuerda, se rememora y se ansía el repetirlo, ves pala que no eres una insignificante herramienta, no, para nada, tú estarás en las mejores ciudades del mundo, en esos gratos momentos, sí, ahí tu estarás.  Y yo te vi,  yo te ví pala, cuando me dirigía a ver a mi hijo, y un muchacho, bueno que a mi edad, alguien de 25 aún es un muchacho y él te llevaba de la mano, si parecían una pareja de enamorados, porque él, no te llevaba como se lleva cualquier cosa, su mano acariciaba tu talle, con paso firme y decidido se dirigía quién sabe a qué lugar, pero tú pala, ibas a ese lugar con un propósito, el de apalear cacao, es decir sacarlo del saco de yute, para ser regado en el tendal, para broncearte con los rayos del sol y darte ese color tan bonito, luego de algún tiempo de secado, para luego en el momento preciso, acogerte cacao en tu regazo, suavemente, delicadamente, porque para eso eres de madera para acariciar, no para lastimar, como lo haría una pala metálica.

Me quedé en la adivinanza de hacia dónde te dirigías, pero oh, pala, rápidamente me trasladaste en el tiempo, qué mentira tan grande esa de decir que los viajes en el tiempo no existen, claro que existen, por supuesto que sí, y tú me trasladaste 54 años atrás, pero donde el protagonista no eras tú, oh pala, tú fuiste el pretexto del viaje.

LA CUADRILLA


Quien maneja la pala, o mejor dicho quien manejaba la pala, era el cuadrillero y se le decía así, porque formaban una cuadrilla con un jefe y quienes compraban cacao en Quevedo contaban con su cuadrilla de confianza, gente que trabaja con ellos desde hace muchos años y que conocían del oficio. Era gente humilde, casi siempre realizaban su oficio sin siquiera una camiseta, porque había que ahorrar para mejores cosas, un trapo viejo amarrado en la cabeza para soportar el sol inclemente, un pantalón negro para que no se notase la suciedad ni lo descolorido, una soga haciendo de cinturón para evitar que el pantalón se escurriera de esa cintura estrecha a fuer de cargar de todo y comer de nada, lo mismo daba echarse una saca de arroz con cáscara con peso de casi doscientas libras, que arroz pilado, cacao y café en grano. Y siempre sin zapatos. La gente de la cuadrilla era más joven de lo que parecía, eran viejos, pero de aquella vejez no ocasionada por la edad, sino por la precariedad, por largas horas de exposición al sol, por largas noches de trabajo. En sus rostros y en sus ojos no se denotaba la tristeza, dentro de sus limitaciones eran felices, porque para ser feliz no se precisan de muchas cosas. Mikino era el jefe de la cuadrilla, él se entendía con don Pedro Martinetti, compadre de mi padre, Alfonso Fun Sang, vecinos de toda la vida y compadres desde antes de nacer. Mikino dirigía la cuadrilla, asignaba la cantidad de personal, supervisaba el trabajo, recibía la paga de manos de don Pedro y pagaba a cada cuadrillero según el trabajo realizado.

Me hacía mucha gracia ver el trabajo de la cuadrilla, una vez que el cacao se sacaba de las sacas, quedaba amontonado, y poco a poco, caminando sin alzar los pies, como quien hace un bailecito, se iba formando una línea de cacao de aproximadamente 10 centímetros correspondiente al espacio natural entre los dos pies, al llegar a la pared del otro extremo, se giraba en U y se continuaba, así el tendal quedaba con el cacao “tendido” y se secaba al sol. Este tendal lo tenía don Pedro en la parte alta de su negocio “La Casa del Cacao” ubicada en la calle Bolívar entre la Séptima y la Octava”, justo al lado del negocio de mi padre, “Almacén Fiesta 59”, que luego se quedó solo en “Almacén Fiesta”.

A eso de las 5 de la tarde o antes, cuando el día amenazaba lluvia, entraba en juego la “pala” para recogerlo, se lo volvía a ensacar y el trabajo se repetía los días que fueran necesarios para lograr un buen secado, un buen fermentado, aroma y sabor al transformar el cacao en un delicioso chocolate.

Así que el cacao lleva amor, cariño, humildad, trabajo tesonero, sacrificio, arte, conocimientos ancestrales y ya le paro aquí, sino voy a ponerme a llorar de tanta palabrería.

Como que me estaba olvidando que mi padre también contrataba a la cuadrilla para cuando llegaba el camión de la fábrica La Universal, trayendo galletas, chocolates, pastas. Había que depositar en la bodega los productos, debidamente ordenados. Unos dentro del camión, preparaban la carga y otros la llevaban a la bodega donde alguien más la recibía y apilaba en orden, cuidando que los productos como el fideo, no se quebraran por demasiado peso, ya que por aquellos tiempos, éste se empacaba en fundas de papel kraft, de 6 libras y la presentación como el fideo cabello, era muy susceptible de quebrarse por ser de una masa muy ligera.

LOS CAMAREROS


La gente de la cuadrilla era multifacética en su trabajo, ya que los ingresos por el trabajo de cuadrillero eran pocos, así que había que darle a otros oficios, y qué se puede hacer cuando se carece de educación formal e informal, cuando la vida ya te señaló, te marcó, o como se dice hoy en día, ya te etiquetó? Entonces los cuadrilleros hacían de saloneros. Una humilde camisa blanca manga corta, seguramente lavada y planchada por su esposa, en plancha de carbón, de esas que tenían un gallito de madera para poder alzar la tapa, alimentar el carbón a fuego vivo y sin quemarse, un pantalón negro, el mejor de todos que por cierto eran muy escasos, por no decir el único, que se guardaba para las mejores ocasiones, los velorios y el trabajo de salonero, un corbata negra de lazo, zapatos viejos pero eso sí, bien lustrados, brillantes en su humildad y lo que no podía faltar era una franela roja para limpiar las mesas. Cada cuadrillero tenía su área delimitada de trabajo lo cual evitaba peleas o celos laborales. Se ganaban una propina cuya generosidad dependía de la voluntad del ordenante que en muchos casos eran personas conocidas de Quevedo, que los empleaban como cuadrilleros. Recibían los pedidos de los clientes y lo atendían, cobraban y de las propinas algo quedaba para llevar a la casa, para la señora, para los hijos, para matar las penas con una cerveza que en medio de esa precariedad, procuraba una alegría, una sonrisa, una distracción, aunque siempre se conversaba de lo mismo, del trabajo, de la lluvia, del sol, de la familia, de las enfermedades, del cansancio, de la pobreza y por supuesto de los sueños e ilusiones, de cómo dar a los hijos una educación formal que ellos nunca tuvieron, para sacarlos adelante en la vida, para que sean gente decente, de bien, para que sean el orgullo de sus padres de manos callosas, cansadas de tanto lavar ropa ajena y plancharla y de tanto apalear cacao y cargar al hombro sacas pesadas que teniendo el mismo peso, cada vez, se sentían más pesadas porque el hombre de acero solo existía en las revistas que el Chinito Malcriadito o sea yo mismo, leía en las afueras de la Compañía Wong, ahí sentado en una banca, donde alquilaban revistas. No, el cuadrillero era un ser humano, pero con más temple, no podía darse el lujo de enfermarse porque no había plata para el doctor, peor para la medicina y luego cómo iba a mantener su hogar si hogar se le podía llamar a esas cuatro paredes de caña, de cocina americana es decir abierta porque sólo tenía una pequeña cocineta a kerex, una sola sartén y una sola olla, una tetera, renegrida y sucia porque se lavaba a punta de agua y sin jabón.

Acá en esa faceta de camarero o salonero, la figura de Mikino no existía, me imagino que el organizador de la fiesta, del baile, los contrataba directamente, no sé como era la paga, si a punto de la pura propina, o algo le daba como un básico, son de esos temas de los cuales siendo niño, luego joven y adulto, nunca preocupé.

A casi todos los saloneros los conocía por su faceta anterior de cuadrilleros, ya que por ser mi padre vecino con don Pedro, yo los veía casi a diario, siempre humildes, nunca belicosos, tampoco los ví tomados, respetuosos con su patrón también con mi padre, donde don Pedro, los cuadrilleros pasaban casi a diario porque había cacao, arroz, café, maíz, etc, que recoger mientras que en el negocio de mi padre, los camiones de La Universal bajaban desde Guayaquil  casi siempre en una frecuencia semanal.

MIKINO Y SU BANDA



En la faceta de cuadrilleros, Mikino era el líder, el que se entendía con los patrones, pero había una faceta adicional en la que Mikino hacía de líder, o por así decirlo, de Director Musical. Sucede que además de su trabajo de cuadrilleros y saloneros, esta linda gente, gente humilde, pero generosa, maravillosa, eran músicos innatos, no de aquellos que fueron a un Conservatorio de Música, sino de aquellos que asistieron a la Academia de la Vida, si, a esa Academia que enseña a golpes y que transforma esas tristezas en música, claro, música popular, de aquella que se baila con alegría en las fiestas del pueblo. No recuerdo mucho los nombres, aparte de Mikino, había un Alciviades y otros, me perdonan la mala memoria. Lo que sí me acuerdo que tocaban el bombo por supuesto, un trombón, trompetas creo que habían dos, el que tocaba los platillos ya que la banda era ambulante, de esas que van como desfilando en fiestas patronales, así que el del bombo no podía tocar el platillo al mismo tiempo, saxo no creo o no me acuerdo, lo que no olvido es que era algo bonito, lo que le daba el tono alegre a la vida sencilla de los pueblos. La banda también tocaba en las fiestas de aniversario de La Casa del Cacao, de don Pedro, quien aprovechaba la ocasión para homenajear a clientes, amigos y a los cuadrilleros, con quienes compartía cerveza sin límites, porque en esas fiestas lo único que no podía faltar era el respeto, el resto, lo que fuese, pero nunca ví, por lo menos no presencié de ningún desafuero, cosa que creo que nunca ocurrió porque hubiese escuchado a mis padres, o hubiese sido el comentario infaltable en días posteriores a la fiesta. Si, allí en el tendal de don Pedro, se celebraban estas fiestas, donde se arreglaba el lugar lo mejor que se podía, se ponían esas guirnaldas de papel en colores pasteles, también habían focos porque la fiesta se prolongaba hasta la noche, comenzando desde el mediodía, fiestas donde no faltaba la pierna de chancho, servida con chifle, mote y la infaltable salsa de cebolla con tomate, donde los cuadrilleros-músicos-saloneros conversaban de tú a tú con don Pedro, pero siempre manteniendo la distancia del respeto. Era bonito, verlos alegres, tomando, comiendo, bailando, conversando, gente linda.

Como la vida tiene esos caminos, pronto nos separamos, fui a estudiar a Guayaquil desde temprana edad y regresaba solo en fines de semana y vacaciones y para fechas como las fiestas patronales, finados, Navidad y fin de año. Ahora en retrospectiva, me imagino que casi todos estarán fallecidos, pero siempre presentes en mi memoria porque formaron parte de mi vida, porque crecí viéndolos trabajar fuerte, sin quejarse, gente de esa madera noble y templada que resiste el paso del tiempo, que no se quiebra ante los avatares de la vida, cuyo norte fue siempre mejores días para su familia.


DON AQUILES ALVAREZ LERTORA


Ahora me río porque más de uno, al leer estas líneas se preguntará que qué tiene que ver don Aquiles con los cuadrilleros, pues mucho. Sucede que don Pedro le vendía su cacao a don Aquiles Alvarez Lértora, quien bajaba en sus camiones Scania Vabis, primero en un trompudo y luego en un ñato, siempre de color anaranjado, característico de la marca por ese entonces, de cajón de madera, abiertos, se protegían de la lluvia con una tolda gruesa de lona, ya que de mojarse el cacao se echaría a perder todo el trabajo previo y el producto no tendría salida en el exterior. El cacao seleccionado se envasaba en sacos de yute que se cerraban a mano con una agujeta utilizando cabuya, todo natural, antes de cerrarlos, se los pesaba para que todos fueran con el peso correcto, ni más ni menos. Los sacos eran identificados utilizando una plantilla y pintura, lo cual también se hacía a mano. Una tabla gruesa hacía de rampa para que los cuadrilleros subieran hasta el cajón de camión donde alguien recibía los sacos y los iba ordenando, creo que don Aquiles contaba las sacas de cacao que entraban a su camión,  ya que con esa información se procedía a hacer el pago el cual desconozco si se lo hacía en ese instante o luego, con depósito o cheque, total, no viene al caso.  Fue por esa circunstancia que conocía a Don Aquiles Alvarez, de quien recién conocí que su segundo apellido era Lértora porque me puse a preguntarle a la chismosa, a la que se da de que lo sabe todo, LA INTERNET y claro que siendo su segundo apellido no tan común, lo llamé a Lorenzo Lértora, ex – compañero del Colegio Javier de Guayaquil quien me dijo que su padre era primo en segundo grado con don Aquiles.

Alguna vez don Aquiles bajó a Quevedo con sus hijos, no sé cuántos tuvo, pero esa ocasión andaba con dos, colorados como el padre y creo que esa fue la única ocasión que los ví.

1995



Ya para ese año, yo estaba trabajando en Chiquita y viajaba anualmente a Miami, a veces en Mayo y otras en Junio, a atender la conferencia para contralores del Trópico como nos llamaban (Tropical Controllers) y yo aprovechaba la ocasión para viajar con mi familia, luego de concluir con la conferencia. Para ese entonces, había viajado con mis dos hijas, Saskya la mayor y Yara, la segunda, para esa ocasión aproveché para visitar a María William, en Cristal Spring cerca de Ocala. María me había conocido desde niño, fué compañera de Colegio de mi hermana Montserrate, muy querida, me recibió con los brazos abiertos y me presentó a sus hijos y a Yeyo, su esposo, pensar que conmigo no tenía compromiso alguno más que el ser hermano de Montse, pero así es el cariño de la gente que derrocha amor.  En el viaje de regreso a Ecuador, ya en la terminal de American, me encontré con Jimmy Salazar, ex – compañero del Instituto Particular Abdón Calderón y del Colegio Javier, con quien no me había visto desde que salí del Colegio para estudiar en Canadá, nos saludamos efusivamente y nos despedimos, cada cual pues hacia sus asientos, creo que Jimmy, al igual que yo también viajaba con su familia. Pero ocurrió una cosa curiosa, ví a una persona cuya cara me pareció conocida y noté que esa persona también me miraba, luego de un tiempo, se me acercó alguien de mi edad, digo yo, aunque no soy buen fisonomista, y me dijo que su padre le comentó como que me conocía y claro que le pregunté que como se llamaba su padre y me dijo su nombre: Aquiles Alvarez y por supuesto que la memoria enseguida funcionó, Quevedo-cacao-cuadrilla-Pedro Martinetti. Don Aquiles tenía un cuello ortopédico, me comentó que se había caído en el hotel en Nueva York, que eso había arruinado el viaje, pero en fin, conversamos un poco más y luego nos despedimos porque él viajaba en clase de lujo y yo en turista.

Pocos meses después de regresar a Ecuador, don Aquiles falleció.

Después me enteré que había sido Presidente del Barcelona SC y que bajo su liderazgo el equipo había alcanzado el primer bicampeonato en la historia del fútbol nacional. Bien por él.

2023


Aquiles Alvarez Henríquez, nieto de don Aquiles Alvarez Lértora, es electo Alcalde de Guayaquil. Esperamos todos que la ciudad siga creciendo ofreciendo oportunidades para todos. Felicitaciones.

VIAJEROS EN EL TIEMPO (corte a Abril 20, 2023)

Lo bonito de escribir estas historias es que luego me llaman para comentarme sobre la misma si les ha parecido interesante o de experiencias similares y en este caso, me permito contarles 3 "regresiones" cuánticas gracias a "LA PALA"

Vielka Vila

Vielka Vila es el seudónimo de una querida y guapa prima mía quien me contó que estando en Quevedo en casa de mis padres, asistió junto con ellos a una fiesta donde estaba don Aquiles y un hermano de él, dn Arturo Alvarez Lértora, de quien no sé nada más, salvo esta mención que hace mi prima, supongo que acompañaba a Dn. Aquiles en sus viajes a Quevedo y que tal vez la fiesta fué en casa de Dn. Pedro Martinetti, compadre de mis padres. 

Mi queridisima prima, también menciona que Mikino, estuvo casado con María Hallón, hermana de mi abuelo por parte de mi madre y aquí vale la pena una aclaración, yo nunca conocí  a mi abuelo chino Emilio Yong, padre de mi madre y a quien conocí fué a Dn. Sixto Hallón quien se casó con mi Doña abuela Ana Olivo Miranda y a quien cariñosamente le decíamos el abuelo, porque él era el abuelo que estaba, no el abuelo invisible a quien nunca conocí. De corta estatura, moreno, siempre usaba unas camisas blancas, mangas largas, la cotona como le decían, bajo como era, las mangas largas alcanzaban a cubrir sus manos por lo que usaba de esas ligas rojas que servían para "arremangarlas" y ajustarlas de manera tal que no se viera como muñeco de fin de año con ropa prestada. Lentes redondos, siempre sentado en su butaca, decían que el abuelo era peruano, de allá por
Sullana, pero esta historia me la contaba mi hermano Félix y no sé si necesariamente era verdad. Que interesante conocer de ésto porque nunca me imaginé estar emparentado políticamente con Mikino, que chévere.

Vielka, mi prima, quien como les expliqué, no se llama así, se acordó de los cuadrilleros que extendían el cacao en el tendal de don Pedro y que niña traviesa que era, también se sacaba los zapatos y se ponía a hacer el caminito de cacao con sus pies, y que mi madre, su querida tía Fanny le decía que era una machona, que no hiciera eso, menos aún, en presencia de los cuadrilleros, que ya para esa fecha eran adultos y hasta viejos, no sea que le faltasen al respeto, pero dicha cosa nunca sucedió porque ya me lo hubiese contado.

ORLY

Orly es un ex-compañero quien vive en La Florida y que me comentaba que "LA PALA" lo trasladó a la época de niñez,  a las haciendas cacaoteras en Vinces, de sus familiares.

JOSE B

Mi tocayo está ahora casado con una chica colombiana y juntos manejan un emprendimiento de agroturismo en una finca de su propiedad allá en la ruralidad colombiana y me decía que estas prácticas las había visto por allá.

SEGURO, SEGURO

Seguro, seguro que tú, querido y amable lector has tenido regresiones cuánticas con "LA PALA" y si quieres compartirla, te invito a que me la cuentes, me llames y con gusto, la plasmo en este escrito.

FIN

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